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Y pa’ cuando el cambio?

Desde el quiebre del 2001, el país cambió el modelo de acumulación, pero los problemas sociales no se abordan de raíz. Antes, con el mendezmismo, (1 a 1, deuda, privatizaciones, destrucción del Estado, etc.) se concentraron los recursos y se perjudicó a toda la clase trabajadora. Con el kirchnerismo, la sociedad se esperanzó con el cambio; sin duda, cualquiera en el Gobierno iba a ser mejor que Méndez. Pero lo que cambió no fueron los abordajes sobre las principales problemáticas sociales, sino las formas de acumular riqueza. Con énfasis en lo impositivo, la producción a todo lo que dé, reservas fiscales y la recaudación por las exportaciones, se dio, de alguna manera, un crecimiento macro de la economía, que ni un poco llegó a los sectores siempre excluidos. Los niveles de pobreza se mantienen, el sistema sanitario está en crisis al igual que la educación, el hambre está en constante crecimiento. Hoy mueren, por día, 25 chicos menores de 1 año por desnutrición. La clase trabajadora, motor productivo del país, es la más afectada, con salarios que ni siquiera crecen a la par de la inflación, con despidos masivos que hoy se dan con la excusa de la crisis financiera (en lo que va del 2009, se despidieron a 38.100 trabajadores y se suspendieron a 128.772).

En plena campaña electoral, ninguno de estos temas forma parte del debate: sólo se habla de “inseguridad”. La falta de una alternativa sólida a la izquierda del gobierno de Kristina, profundiza la polarización entre los dos bloques políticos más grandes. Por un lado, el Frente para la Victoria (restos de peronismo-pejotismo más otras especias), que, desde sus inicios, contó sus objetivos: en el 2003, Néstor Kirchner, anunció que “ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional que genere las alternativas que permitan reinstalar la movilidad social ascendente”. En 2006, en la Asamblea General de la ONU en New York, acompañado por -en ese entonces senadora- Cristina Fernández, ambos dieron muestra de su incondicional adhesión al capitalismo y al mito del desarrollo del capitalismo nacional.

Por el otro lado, existe el nuevo bloque, que puede llamarse “fascista”, integrado por Mauricio Macri, Francisco De Narváez y ¿adivinen quién? Felipe Solá. Desde el extremo opuesto de los proyectos populares, este sector aparece como la alternativa al oficialismo. Su premisa central, está sujeta a la implementación de la “mano dura”, en torno al eje mediático de “inseguridad”. Parece que piensan que las problemáticas sociales se solucionan tapando baches, como si se tratara del asfalto porteño. No hace falta hablar de sus políticas económicas, ya que son reconocidos empresarios. Más que elocuente, es la última declaración del patrimonio personal de De Narváez, que, oscila, según sus palabras, “entre los $ 70 u 80 millones”. La dificultad de los sectores de izquierda para organizarse pos 2001, fue lo que permitió llegar al 2009 sin un proyecto propio que dispute el poder ante estos bloques, que promueven la ascendencia social sólo para los que están más arriba.

En América Latina, se están consolidando nuevas experiencias que fomentan la construcción de una sociedad con trabajo, vivienda, educación y salud para todos. Existe en Argentina, un partido nuevo que incluye estos ejes: el Instrumento Electoral por la Unidad Popular, integrado por diversas organizaciones sociales, por referentes de partidos de izquierda y por dirigentes de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA). John William Cooke aseguraba que “cuando culmine el proceso revolucionario argentino, se iluminará el aporte de cada episodio, y ningún esfuerzo será en vano, ningún sacrificio estéril y el éxito final redimirá todas las frustraciones”. Pero no hay, hace más de 30 años, políticas sociales que se ocupen de, por ejemplo, acabar con el hambre en el país. Para que ese proceso revolucionario culmine, la sociedad, con organización, tiene que interesarse en empezarlo.

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